sábado, 2 de agosto de 2014

Impresiones pre-viaje

Siempre supe que si hacía alguna vez un viaje "tan largo" sería éste.

Aunque seguramente no me lo podía imaginar cuando era pequeño y leía Miguel Strogoff en el tomo viejo que tenía mi abuela en una de las estanterías de su casa. Leí el libro varias veces, pero los nombres de las ciudades que en él aparecían (Nizhny Nóvgorod, Kazán, Irkutsk, Krasnoyarsk) nunca perdieron para mí su poder de fascinación. Así que supongo que en cierta medida el origen de este viaje se remonta a aquella época.

Aun así, no sería hasta muchos años después, al comenzar a interesarme por el mundo del "viaje independiente", cuando volví a entrar en contacto con estos nombres. El hecho de que un único tren pudiera recorrer la cuarta parte de la circunferencia terrestre (9288 km de Moscú a Vladivostok) sonaba a algo así como a "la mayor aventura posible". Y la oportunidad de atravesar culturas, razas y religiones tan diferenciadas unas de otras (los tártaros musulmanes de Kazán, los animistas del Lago Baikal, los budistas buriatos de Ulán-Udé) en un único viaje por un único país, además bajo una etiqueta tan mítica, hizo el resto para que el transiberiano se convirtiera en algo así como un sueño. Quizá ahora no fuera el mejor momento, pero un mes es mucho tiempo y, si no era ahora, quizá no hubiera sido nunca.

Y en estas cosas estoy aquí pensando entre las banderas de Lufthansa del Aeropuerto de Frankfurt, con esa sensación un poco perturbadora que tienes cuando sabes que hoy vivirás uno de esos momentos que nunca olvidarás: estar por primera vez frente a las murallas rojas del Kremlin y las cúpulas de la Catedral de San Basilio (al menos, si hay suerte al atravesar Ucrania).

Dejo aquí el Itinerario por si alguien tiene más curiosidad, y una foto de mis progresos con el cirílico, que en sí es bastante fácil y en un momento se puede aprender a leer en él.

Progresos con el cirílico en el Aeropuerto de Frankfurt



viernes, 4 de octubre de 2013

Días 9 y 10 - La terminal

En teoría, tengo reservado un bonito Dacia Logan sin aire acondicionado con Dollar Rent a Car, compañía norteamericana de reconocido prestigio. Me espera una ruta de nueve días por el este de Marruecos, y con ganas de empezar me presento confiado en el día y la hora convenidos en su oficina de la terminal del aeropuerto de Marrakech.

Monsieur, désolé, que la señal GPS del aeropuerto no funciona (el señor de Dollar señala el lector de tarjetas de crédito). Pero no pasa nada, va usted al cajero de ahí enfrente, el que pone BMCE, y saca el dinero, no tiene pérdida. Aquí le espero, y piénsese lo del seguro, hombre, que así se va usted más tranquilo con el coche.

Un momento después, estoy otra vez en su oficina de un metro cuadrado, sin haber pensado en el seguro, claro, pero también sin el dinero y, lo que es peor, sin la Visa. A la derecha del cajero había un cartelito que ahora parece premonitorio. Para las tarjetas capturadas, llamar a Mohamed de M'Hamid.

Así que mi amigo de Dollar llama a Mohamed de M'Hamid. A su teléfono, al menos. Y a la conversación en árabe le sigue una cara de compungimiento. No vendrán por la tarjeta hasta el viernes, dentro de tres días. Hay una posibilidad de que vayan hoy antes de las cuatro a reponer dinero, y entonces la podrían recuperar, pero no es seguro que vayan a pasarse. Tanto en la oficina de cambio como en la sucursal (que de todo tiene BMCE en el aeropuerto, de todo menos responsables) insisten en que nos vayamos de allí, el encargado es Mohamed de M'Hamid. Simplemente de limitan a colocar un cartel de Hors Service sobre el cajero.

Cuando le digo a mi amigo que no dispongo del efectivo para retirar el coche, se echa las manos a la cabeza. Me siento mal por ti, mon ami. Insiste en que me bloqueará el coche el tiempo que haga falta, y en que podré pagar haciendo una transferencia desde su mismo ordenador si no llega la tarjeta.

Mientras estoy al lado del cajero, vigilando, se me acerca un señor americano con un total de dos dientes en la mandíbula inferior. Viene de pasar tres semanas en Marruecos y, casualidad, mi cajero se tragó su tarjeta nada más llegar. Tras reclamar en la central de BMCE en Marrakech, sigue esperando a que se la envíen. Después, divaga teorizando sobre la escala de valores de los marroquíes. Money, sex and Allah. Pues vale.

Cuando van a dar ya las 4 y parece que ya nadie va a venir, uno de los comprometidos trabajadores de la oficina de cambio de BMCE viene a ofrecerme consejo. Vete a ver a Mohamed a M'Hamid, y dile que se te va el avión y que necesitas la tarjeta. Está al lado del aeropuerto, a 150 metros. Al parecer, M'Hamid es el nombre del barrio más cercano a la terminal, aunque los 150 metros son más bien 1500.

Al llegar, el banco tiene ya la reja bajada, pero dentro hay tres hombres. Un vigilante de seguridad y dos empleados, entre ellos, es de suponer, Mohamed de M'Hamid. Es el de seguridad quien se acerca, les cuento otra vez mi problema, y a través de la reja se encoge de hombros y me remite nuevamente al viernes. Hay un prestatario que es quien lleva el servicio y sólo va una vez por semana por el aeropuerto y bla bla bla.

Ya cansado y sin tiempo para conducir hasta algún sitio sin que se me haga de noche, desisto y me vuelvo a pasar una noche más en mi viejo riad de Djemaa el Fna. Eso sí, me paso por la policía y el comisario se empeña en que al día siguiente me darán la tarjeta en el banco si voy acompañado de mi pasaporte. Es tu derecho, me dice.

Obviamente, nada de eso sucede cuando a primera hora de la mañana estoy sentado en una mesa de la sucursal de BMCE en M'Hamid, en la que una placa reza "Mohamed Karkab". Aunque lo mejor es que Mohamed no es quien está al otro lado. Mi interlocutor se llama Ibrahim, y al parecer está sustituyendo a Mohamed por unos días. Habrá que creerle, porque así se presenta en todas las llamadas que realiza para intentar ayudarme, lo cual hace como un gran favor personal. Al final, el tema queda en que está a la espera del permiso de la central en Casablanca para que alguien de la empresa concesionaria vaya al aeropuerto y me saque la tarjeta, siempre y cuando no esté en "la lista negra". En la lista negra, encima.

Una vez de vuelta en la terminal, me dirijo a la oficina de Dollar para hacer la transferencia y llevarme el coche. Pero en la oficina no está mi amigo, ahora el empleado es otro. Y me dice que por transferencia nanay. Y que lo de tener el coche bloqueado se acabó, que se lo va a alquilar a otros clientes. Que si quiero, me dan otro de gama más alta, concretamente con un alquiler que cuesta el doble. Gritos, insultos mutuos y un portazo.

Entonces me dedico a ir de oficina en oficina para investigar los precios de otras compañías. Las más baratas me dan coche por 200 euros, por los 300 que me pide ahora Dollar. Pero hay un problema, y es que sin tarjeta ninguna puede movilizar en mi cuenta el depósito de fianza que es necesario por seguridad, algo que Dollar ya hizo antes de que se quedase atrapada en el cajero.

Vuelvo a Dollar, y ahora está también allí mi amigo. Pido hablar con el superior, y resulta que el encargado no es otro que el que me pide los 300 euros. Deniega darme los datos de contacto de su superior en Casablanca, pero ahora su actitud ya no es agresiva. Me coge por el hombro, me sonríe y se muestra comprensivo. Y luego descubre su carta, que ya tardaba alguien en intentar sacar tajada de mi problema. Que un amigo suyo tiene otra compañía, que es más barata y que con ella me consigue un coche muy bonito por 260 euros. Lo mejor es que, curiosamente, vale con la fianza que ya he hecho con Dollar, y los 40 euros que he perdido por el día de ayer ya no los pierdo. Cuando le pregunto por el nombre de tan peculiar compañía, me dice que no me preocupe, que todo saldrá bien. En estas, mi madre está ya haciéndome un giro postal para poder pagar en efectivo y salir de una vez de Marrakech.

Como va siendo la hora de comer, me retiro a reflexionar con un bocadillo de pavo cobrado como si estuviera en peligro de extinción. Si quiero salir hoy de Marrakech, tampoco tengo otra salida que aceptar el chanchullo que me propone el liante de Dollar. Sin tarjeta, ninguna compañía me va a alquilar el coche. Llamo a Ibrahim de M'Hamid por si acaso, y me dice que no hay novedades sobre lo mío. No me queda otra salida, cuando llegue el giro postal, pago los 260 euros y me llevo el coche.

Pero hete aquí que de repente hay un furgón blindado aparcado al lado de la puerta de la terminal. Brick's, trae escrito en el exterior. Brick's, como la famosa compañía que lleva el tema de los cajeros automáticos del aeropuerto. Corro hacia el furgón, y cuando llego, el copiloto me informa por una ranura de que su compañero está en los cajeros, que vaya y le informe del tema.

Y le informo, y se pone a abrir el cajero. A mi lado, con ropa vaquera y gafas de sol, un hombre con aspecto tejano que me informa en inglés de que el cajero le acaba de tragar la tarjeta. Del cartel de Hors Service, ni rastro. Al parecer, lleva tres horas discutiendo con los del banco y al final parece que le han hecho caso. ¿O ha sido por la mediación de Ibrahim de M'Hamid? Al rato, el tejano repara en que soy español, y él también lo es. ¿Estás aquí por lo del póker, no? Sí, claro, salgo todas las noches en Pokerstars, en Eurosport, no te jode.

El empleado de Brick's saca una ristra de tarjetas. La roja es la mía, le digo. Vuelvo a la oficina de Dollar, y ahora está sólo mi amigo. Hago un repaso con él de cuánto tengo que pagar, y ahora resulta que era mentira que ya había perdido los 40 euros. Que si me voy con otra compañía a Dollar no le pago nada. Me falta tiempo para darle las gracias, deseando que su jefe no le eche mucha bronca por fastidiarle el tejemaneje. Es tu derecho, no te preocupes, me dice.

Al final, me voy con Thrifty. Aunque su agente intenta cobrarme nueve días en vez de ocho, como quien no quiere la cosa, media hora después estoy jugándome la vida conduciendo un Dacia Logan blanco por las calles de Marrakech. Eso sí, al final con aire acondicionado.

martes, 1 de octubre de 2013

Día 6 - Baraka

En la entrada de hoy tendría que hablar de cómo subimos escalonados por la ladera resbaladiza del Toubkal, para evitar las piedras que iban dejando caer los demás al ayudarse de pies y manos para avanzar. O de cómo apretamos el paso al salir a la cresta y perder el abrigo contra el viento, y llegamos cinco horas después a lo más alto que se puede estar entre los Alpes y el Kilimanjaro. Pero la historia va a comenzar un poco más tarde, junto al morabito de Sidi Chamharouch, el genio a quien los bereberes otorgan la facultad de conceder baraka o buena suerte a quienes acuden a su santuario.

Toda la subida a la cima y el posterior descenso hasta el refugio los hice con un grupo de voluntarios americanos del Peace Corps, que es algo así como una organización del gobierno de EE.UU. que promueve el desarrollo en zonas pobres. A ellos nos unimos Chris y yo después de que sus compañeras decidieran no subir por problemas con la respiración y el mal de altura. Después del refugio había que continuar bajando hasta Imlil, donde ellos iban a coger un taxi para volver a Marrakech (al día siguiente tanto unos como otros tenían que trabajar) y yo planeaba dormir otra vez en el Refuge des Mouflons, con su cama enorme y su ducha de agua caliente que me iban a dejar como nuevo.

La cosa fue bien hasta que llegamos a Sidi Chamharouch, a menos de una hora ya de Imlil, donde empecé a rezagarme por problemas con el tobillo derecho. Estaba pagando el haber cargado todo el día con la mochila por miedo a dejarla en el refugio para subir a la cima, ya que se nos explicitó que lo que dejáramos allí corría bajo nuestra estricta responsabilidad. Un centro de gravedad tan alto había penalizado mi estabilidad al bajar por la ladera, y en un resbalón con las piedrecillas mi tobillo se había retorcido.

En estas circunstancias, no me quedó otra que decirles a los demás que continuasen sin mí, porque el camino no tenía pérdida y ellos perderían su taxi si iban a mi ritmo. Poco a poco seguí bajando, haciendo paradas frecuentes y recibiendo los ánimos de los muleros que volvían a casa después de la jornada de trabajo. Cuando llegué a la explanada de piedras y vi por fin Armoud, el sol ya se había escondido detrás de los montes y los reflejos rojos que se veían por encima indicaban el atardecer.

Me apresuré entonces para llegar a la base del pueblo, donde tuve la suerte de encontrar una tiendecita abierta para comprar agua. Aproveché para sentarme fuera un rato con el encargado, su hijo pequeño y su padre, para quien sorry significaba cualquier cosa desde perdón hasta gracias o por favor. Cuando el encargado me ofreció quedarme a dormir con ellos en la trastienda, rechacé su oferta al verme ya en zona habitada y a tan poca distancia de Imlil. Y cuando quiso que le comprara un frontal, me lo tomé como el enésimo intento de Marruecos de sacarme unos dirhams más.

Sin embargo, en esta ocasión era una advertencia. A lo largo del camino no había ningún tipo de iluminación, ni siquiera dentro del pueblo, y tuve que utilizar la luz de la cámara como linterna para poder ver más allá de mis pies. Lo que a la ida me había parecido una pista de hormigón perfecta, a la vuelta se había convertido en un camino lleno de piedras, y no caí en la cuenta de que en realidad había cogido un desvío erróneo hasta que me encontré junto a un cañaveral. No tenía ni idea de dónde estaba y, después de casi doce horas andando, mis piernas estaban a punto de decir basta.

Fue entonces cuando apareció unos metros más atrás la luz redonda de una linterna, y detrás de ella un hombre de mediana edad que se ofreció a guiarme hasta el camino a Imlil. Supongo que fue mi cara de estupefacción cuando me dio las indicaciones lo que le hizo cambiar de opinión. Me pidió la mochila y me dijo que, si yo quería, me guiaría hasta su casa de huéspedes de Armoud. No podía sino aceptar, y, cuando después de un camino que me pareció eterno, lo vi por fin a plena luz en el interior de la casa, caí rn la cuenta de que era pelirrojo. ¿Hay algo más improbable que un bereber pelirrojo? Supojgo que la baraka de Sidi Chamharouch.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Día 2 - Una hora menos en Casablanca

Después de tomarse un momento para pensar, la tatuadora de henna de Djemaa el Fna escribe "1949" en la pantalla de mi teléfono móvil. Al verlo, suelto un escueto "shukran" y acelero cada vez más el paso en dirección a Derb Dabachi, estirando las zancadas entre los peatones, ciclomotores y bicicletas que coexisten milagrosamente sin percances en las callejuelas de la medina. ¿Cuántos muertos habría al día sin el claxon de las motos y la campanilla de las bicis?
Ya de vuelta en el riad, el agua de la ducha se lleva los aromas que Rahba Kedima ha dejado en mis manos y en mis antebrazos. El polvo de jazmín, de ámbar y de almizcle que el vendedor ha frotado en mi piel para darme a oler se van por el desagüe. En la plaza de Rahba Kedima se concentran boticarios que venden especias, colorantes, pasta para pinturas y toda suerte de remedios tradicionales, como los cristales de eucalipto que dan un chute de frescor cuando el vendedor los introduce en tus fosas nasales y te obliga a aspirar.
Después de vestirme a toda prisa, pongo rumbo a la parada de taxis de Moulay Rachid. Todavía no entiendo cómo he podido estar dos días con el reloj del móvil atrasado una hora. La cita es a las 19.45, y son ya las 20.23 cuando me siento en el asiento trasero del taxi. "Al Grand Café de la Poste, por favor", digo después de volver a comprobar el nombre del sitio donde hemos quedado en la Lonely Planet. Iniciamos entonces el viaje por la Avenida Mohammed V, la principal arteria del Guéliz, la ciudad nueva que los franceses construyeron junto a la medina que fue una vez capital de un imperio.
En el trayecto intento analizar lo que va a ser conducir por la ciudad. En primer lugar, hay buenas noticias. Los morros de los coches parecen ser retráctiles en Marruecos, lo que disminuye las posibilidades de accidente. De hecho, se puede ir tan pegado al vehículo de delante que ni tan siquiera se vean sus luces traseras desde el asiento del conductor. Por lo demás, no parece existir el concepto de carril, com automóviles, bicicletas, autobuses y carros de mercancías organizándose paulatinamente en función de la dirección que cada uno vaya a tomar.
En un momento determinado, se oye un grito y un golpe. Ambos vienen de la parte trasera del vehículo, y nuestro taxi vira bruscamente hacia el exterior de la calzada sin disminuir en ningún momento su velocidad. Inmediatamente, un grupo de patinadores nos adelanta por ambos flancos, y el taxista saca la cabeza por el hueco de la ventanilla. Tras vociferar algunas palabras en árabe, se gira hacia mí más calmado y se justifica. "Te pueden joder el coche", dice mientras los patinadores continúan alejándose.
Al final, llego al Grand Café de la Poste a las 20.41. Como ya sugerían los tres símbolos de dólar que acompañaban su descripción en la Lonely Planet, el sitio es de lo más chic. Ella aparece poco después con un vestido negro y blanco y una bolsa de Zara, y me disculpo por la confusión. No me queda otra que ser yo quien al final pague los 55 dirhams (algo menos de 5,5 euros) que nos cobran por una cocacola y un zumo, mientras pienso si me acaban de tomar el pelo o Marrakech es en realidad el Mónaco del Atlas.
A la vuelta, compruebo que sí había seleccionado Casablanca como huso horario en el móvil, y llego a la conclusión de que a Samsung se le ha colado que en Marruecos no se cambia la hora en verano. Caigo rendido en la cama y no me acuerdo ni de encender el ventilador.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Día 3 - Un McFlurry en el Guéliz

El hombre que me mira con sonrisa amable es el rey de Marruecos. Con su gorro fez y su chilaba diplomática, su imagen preside cada establecimiento del país, por humilde que sea, y el McDonald's de la avenida que lleva el nombre de su tocayo y abuelo no es una excepción.

En la misma pared y un poco más abajo de la fotografía, hay diez cuadros que parecen pintados por niños pequeños, producto quizá de alguna visita colegial. Los motivos cambian de unos a otros, pero el denominador común de todos ellos es el sol, redondo y amarillo, el mismo que es capaz de hacerme seguir teniendo sed después de haber bebido del tirón una botella de agua pequeña.

Sólo una mujer con niqab y una pareja de mochileros rompen con la monotonía de colores llamativos y ojos contorneados en negro. Lo de mujer es un decir, porque ya no me creo nada desde que sé que las bailarinas con velo de la plaza, las mismas que ayer se esforzaban en que saliera a bailar con ellas, son en realidad hombres travestidos.

Tengo que esperar a Siham hasta las 11, y mejor hacerlo en un sitio con wifi. Aunque por aquello del bacon no haya CBO, y la Cocacola aguada sea la misma que tomo una vez por semana cuando estoy en casa. Espero que hoy no toque otra vez paseo hasta las tantas por los jardines de la Koutoubia para terminar diciéndome sin venir a cuento que quiere llegar virgen al matrimonio porque es fiel a sus tradiciones.

Uno de los cuadros representa lo que seguramente sean el baobab y el planeta de El Principito, y pienso en si las ideas del exterior hacen realmente reflexionar a los habitantes de este país sobre sus costumbres adquiridas. O si, por el contrario, les hacen simplemente incorporar otras nuevas sin llegar a cuestionarse nunca nada. El velo negro del niqab baja para que la hamburguesa pueda comenzar a ser engullida, y debajo de él se adivina una cara con formas femeninas. En el fondo, qué más da. O como ellos dirían, safí.

PD: Mañana salgo ya de Marrakech y voy a Imlil para subir el Toubkal. Antes, tengo que comprar provisiones y conseguir un sitio para dejar las cosas hasta que vuelva a la ciudad. No sé si tendré wifi durante este tiempo, así que es posible que no actualice hasta la vuelta, que será el lunes. Que haya buen fin de semana.

martes, 24 de septiembre de 2013

Día 1 - Los encantadores de serpientes de Djemaa el Fna

Pareciera como si las aspas del ventilador que tengo en el techo de la habitación fueran a tocar las paredes a cada vuelta que dan. Es muy estrecha, y si estiro el brazo puedo tocar la pared opuesta a la de mi cama con los dedos. Pero el colchón es tan cómodo que ahora mismo no me movería ni por todo el zumo de naranja de Marrakech. Creo que este L'Amour de Riad será mi elección para el resto de noches que tenga que pasar en la ciudad, porque además el wifi va estupendamente.
A Marrakech, hay que reconocerle que intentó hacerme sentir como en casa desde el primer momento. Y es que la primera imagen que tuve al bajarme del autobús del aeropuerto fue un batallón de Alsas parados junto a la plaza Djemaa el Fna (la concesión del transporte urbano aquí es de Alsa). Entre esto y que enfrente había un Kentucky Fried Chicken, al principio parecía como si estuviera un poco en otro lugar, pero todo volvió a la normalidad cuando un conductor con el peto amarillo de Alsa colocó una esterilla en el suelo y se postró en dirección a La Meca.
A lo lejos, la parte de la plaza situada junto a la medina estaba ya en ebullición, con miles de puntos de luz y el redoble de timbales y otros instrumentos de percusión. Djemaa el Fna es el centro de gravedad de la ciudad y, como pude comprobar hoy, ya antes de caer el sol comienzan a tomar posiciones quienes van a llevar a cabo los diferentes espectáculos, que van desde músicos y cuentacuentos hasta boxeadores y quienes dicen ser encantadores de serpientes, por más que estas ni se inmuten mientras oyen el sonido de la flauta. En un puesto había un ave rapaz muy chula (no sé qué tipo), que con un poco de suerte saldrá en foto debajo.
Los puntos de luz corresponden a los diferentes puestos que también hay en la plaza, todos perfectamente numerados y cada tipo con su mobiliario estándar (que luego digan que aquí no son organizados). Los mejores son los de zumo de naranja, que está increíble y vale sólo 4 dirhams el vaso (unos 40 céntimos de euro). Los de limón y pomelo cuestan 10 dirhams cada uno, así que si alguien entiende a qué se puede deber la diferencia de precio me lo puede comentar.
Además de puestos de pastelitos (os llevaré una caja si hago hueco en la mochila) y de caracoles (importación francesa, supongo), están los puestos para cenar. Cada uno de ellos consiste en una cocina al aire libre con los ingredientes en exposición, bancos estilo Oktoberfest y una pequeña flota de conseguidores dispuestos a hacer lo que sea por que cualquiera con cara de no ser de Marrakech vaya a cenar a su puesto, aunque ya le haya repetido ocho veces que acaba de cenar o persista en ignorar los gritos desesperados del conseguidor en cuestión.
En estos casos, a mí me gusta elegir el sitio por la gracia que me haga el conseguidor, y también por lo de fiar que me parezca. A veces acierto y a veces no, pero hoy fue de las primeras. La cosa ya comenzó bien cuando a mi respuesta de "soy español" contestó con "lore, lore, macu, macu" (así, sin más). Terminó de conquistarme diciéndome que su comida era mejor que la del "Mercadona de Valencia", y ya caí rendido cuando me dijo que me daba gratis un té a la menta. Y lo mejor no es que al final me lo diera sin ningún tipo de artimaña para intentar acabar cobrándomelo, sino que también me regaló por la patilla una botella de Fanta para el camino. Para uno que es legal, se lo agradeceré volviendo algún día de los que me quedan (es el puesto 114, queda aquí apuntado por si se me olvida).
Para los amantes del plano gastronómico, la cena fue un tajine de kefta (con suerte, abajo habrá una foto), que es una mezcla de huevo frito, carne picada y una salsa especiada un pelín picante. Y para los amantes del plano pecuniario, diré que me costó 50 dirhams (menos de 5 euros) más 10 de una botella de Hawai, que es un refresco rollo tropical que tienen aquí y que por cierto deberían sacar en España.
Y nada más, el ventilador sigue girando y ahora voy a intentar pasar las fotos de la cámara al móvil. La mezquita con la que salgo es la Koutoubia, construida por los almohades para ser el símbolo de la ciudad que acababan de conquistar a los almorávides, algo que sigue siendo casi novecientos años después. Cuando los almohades conquistaron Sevilla, la usaron como modelo para el minarete que hoy es la Giralda, y la verdad es que se parecen bastante.
PD: confirmado, no pude pasar las fotos al móvil (aún). Dejo una del tajine hecha con el móvil.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Comienza el viaje

Son las 9.50 cuando me pongo las gafas de sol para comenzar a escribir esta entrada desde la estación de autobuses de Oviedo. La tranquilidad que se respiraba en el vehículo desde que iniciamos el camino en Gijón ya se ha roto mientras el sol comienza a subir, y ahora el vehículo va casi lleno. Nueve horas me separan de Marrakesh, la ciudad casi milenaria que los franceses convirtieron en uno de los centros mundiales del viaje de lujo y exotismo. Para mí, sin embargo, será sólo una parada intermedia antes de dirigirme a la cordillera del Atlas y a los valles del Dadès, el Ziz y el Draa, en los confines del desierto de Marruecos.

Tras unos días en Marrakesh, me dirigiré al pueblo bereber de Imlil, donde comienza la ascensión al Djebel Toubkal, que con 4167 metros es la montaña más alta del norte de África. Como a estas alturas aún no hay nieve, la subida es sencilla, y se puede realizar en dos días. Después, la idea es coger desde Imlil un autobús hasta Tin Mal, cuya mezquita es la única del país abierta a los no musulmanes. Para llegar al pueblo hay que subir el puerto de Tizi n'Test (2092 metros), el más precario de los dos que atraviesan el Atlas. Habrá que ponerse en manos de la prudencia de los conductores locales, ya que en fotos la subida parece bastante peligrosa.

De vuelta en Marrakesh, el viaje cambiará totalmente, y alquilaré un coche, en concreto un Dacia Logan sin aire acondicionado, ya que con él el alquiler subía unos 120 euros más. Para poder tomar rumbo al este es necesario atravesar toda la ciudad, lo que no parece fácil con el "agresivo" estilo de conducción marroquí. En esta ocasión, cruzaré el Atlas por el puerto de Tizi n'Tichka (2260 m), que al ser el principal paso tiene una calzada más ancha y mejor cuidada. Espero que mi nula experiencia conduciendo en montaña no sea mayor problema. Ya en la llanura semidesértica, la ruta continúa atravesando pueblos de barro como Aït Benhaddou, oasis como Skoura y gargantas como la del Dadès, en las que la carretera llega a realizar hasta 30 revueltas en poco más de 1 kilómetro. Al llegar a Merzouga, ya cerca de la frontera argelina, comienza el Erg Chebbi, el principal desierto de dunas de Marruecos, donde espero poder tener la oportunidad de dormir entre los tuareg, los legendarios hombres azules del desierto. Los erg se distinguen de la hamada, el otro tipo principal de desierto, que en lugar de ser de arena es pedregoso y en el que me adentraré al sobrepasar Zagora durante el viaje de vuelta. En él, la carretera continúa atravesando pueblos de barro a lo largo del curso del Draa, hasta que vuelva a tomar el mismo camino de la ida camino del Tizi n'Tichka.

PD: Parece que la aplicación de Blogger para el móvil no está tan mal.