viernes, 4 de octubre de 2013

Días 9 y 10 - La terminal

En teoría, tengo reservado un bonito Dacia Logan sin aire acondicionado con Dollar Rent a Car, compañía norteamericana de reconocido prestigio. Me espera una ruta de nueve días por el este de Marruecos, y con ganas de empezar me presento confiado en el día y la hora convenidos en su oficina de la terminal del aeropuerto de Marrakech.

Monsieur, désolé, que la señal GPS del aeropuerto no funciona (el señor de Dollar señala el lector de tarjetas de crédito). Pero no pasa nada, va usted al cajero de ahí enfrente, el que pone BMCE, y saca el dinero, no tiene pérdida. Aquí le espero, y piénsese lo del seguro, hombre, que así se va usted más tranquilo con el coche.

Un momento después, estoy otra vez en su oficina de un metro cuadrado, sin haber pensado en el seguro, claro, pero también sin el dinero y, lo que es peor, sin la Visa. A la derecha del cajero había un cartelito que ahora parece premonitorio. Para las tarjetas capturadas, llamar a Mohamed de M'Hamid.

Así que mi amigo de Dollar llama a Mohamed de M'Hamid. A su teléfono, al menos. Y a la conversación en árabe le sigue una cara de compungimiento. No vendrán por la tarjeta hasta el viernes, dentro de tres días. Hay una posibilidad de que vayan hoy antes de las cuatro a reponer dinero, y entonces la podrían recuperar, pero no es seguro que vayan a pasarse. Tanto en la oficina de cambio como en la sucursal (que de todo tiene BMCE en el aeropuerto, de todo menos responsables) insisten en que nos vayamos de allí, el encargado es Mohamed de M'Hamid. Simplemente de limitan a colocar un cartel de Hors Service sobre el cajero.

Cuando le digo a mi amigo que no dispongo del efectivo para retirar el coche, se echa las manos a la cabeza. Me siento mal por ti, mon ami. Insiste en que me bloqueará el coche el tiempo que haga falta, y en que podré pagar haciendo una transferencia desde su mismo ordenador si no llega la tarjeta.

Mientras estoy al lado del cajero, vigilando, se me acerca un señor americano con un total de dos dientes en la mandíbula inferior. Viene de pasar tres semanas en Marruecos y, casualidad, mi cajero se tragó su tarjeta nada más llegar. Tras reclamar en la central de BMCE en Marrakech, sigue esperando a que se la envíen. Después, divaga teorizando sobre la escala de valores de los marroquíes. Money, sex and Allah. Pues vale.

Cuando van a dar ya las 4 y parece que ya nadie va a venir, uno de los comprometidos trabajadores de la oficina de cambio de BMCE viene a ofrecerme consejo. Vete a ver a Mohamed a M'Hamid, y dile que se te va el avión y que necesitas la tarjeta. Está al lado del aeropuerto, a 150 metros. Al parecer, M'Hamid es el nombre del barrio más cercano a la terminal, aunque los 150 metros son más bien 1500.

Al llegar, el banco tiene ya la reja bajada, pero dentro hay tres hombres. Un vigilante de seguridad y dos empleados, entre ellos, es de suponer, Mohamed de M'Hamid. Es el de seguridad quien se acerca, les cuento otra vez mi problema, y a través de la reja se encoge de hombros y me remite nuevamente al viernes. Hay un prestatario que es quien lleva el servicio y sólo va una vez por semana por el aeropuerto y bla bla bla.

Ya cansado y sin tiempo para conducir hasta algún sitio sin que se me haga de noche, desisto y me vuelvo a pasar una noche más en mi viejo riad de Djemaa el Fna. Eso sí, me paso por la policía y el comisario se empeña en que al día siguiente me darán la tarjeta en el banco si voy acompañado de mi pasaporte. Es tu derecho, me dice.

Obviamente, nada de eso sucede cuando a primera hora de la mañana estoy sentado en una mesa de la sucursal de BMCE en M'Hamid, en la que una placa reza "Mohamed Karkab". Aunque lo mejor es que Mohamed no es quien está al otro lado. Mi interlocutor se llama Ibrahim, y al parecer está sustituyendo a Mohamed por unos días. Habrá que creerle, porque así se presenta en todas las llamadas que realiza para intentar ayudarme, lo cual hace como un gran favor personal. Al final, el tema queda en que está a la espera del permiso de la central en Casablanca para que alguien de la empresa concesionaria vaya al aeropuerto y me saque la tarjeta, siempre y cuando no esté en "la lista negra". En la lista negra, encima.

Una vez de vuelta en la terminal, me dirijo a la oficina de Dollar para hacer la transferencia y llevarme el coche. Pero en la oficina no está mi amigo, ahora el empleado es otro. Y me dice que por transferencia nanay. Y que lo de tener el coche bloqueado se acabó, que se lo va a alquilar a otros clientes. Que si quiero, me dan otro de gama más alta, concretamente con un alquiler que cuesta el doble. Gritos, insultos mutuos y un portazo.

Entonces me dedico a ir de oficina en oficina para investigar los precios de otras compañías. Las más baratas me dan coche por 200 euros, por los 300 que me pide ahora Dollar. Pero hay un problema, y es que sin tarjeta ninguna puede movilizar en mi cuenta el depósito de fianza que es necesario por seguridad, algo que Dollar ya hizo antes de que se quedase atrapada en el cajero.

Vuelvo a Dollar, y ahora está también allí mi amigo. Pido hablar con el superior, y resulta que el encargado no es otro que el que me pide los 300 euros. Deniega darme los datos de contacto de su superior en Casablanca, pero ahora su actitud ya no es agresiva. Me coge por el hombro, me sonríe y se muestra comprensivo. Y luego descubre su carta, que ya tardaba alguien en intentar sacar tajada de mi problema. Que un amigo suyo tiene otra compañía, que es más barata y que con ella me consigue un coche muy bonito por 260 euros. Lo mejor es que, curiosamente, vale con la fianza que ya he hecho con Dollar, y los 40 euros que he perdido por el día de ayer ya no los pierdo. Cuando le pregunto por el nombre de tan peculiar compañía, me dice que no me preocupe, que todo saldrá bien. En estas, mi madre está ya haciéndome un giro postal para poder pagar en efectivo y salir de una vez de Marrakech.

Como va siendo la hora de comer, me retiro a reflexionar con un bocadillo de pavo cobrado como si estuviera en peligro de extinción. Si quiero salir hoy de Marrakech, tampoco tengo otra salida que aceptar el chanchullo que me propone el liante de Dollar. Sin tarjeta, ninguna compañía me va a alquilar el coche. Llamo a Ibrahim de M'Hamid por si acaso, y me dice que no hay novedades sobre lo mío. No me queda otra salida, cuando llegue el giro postal, pago los 260 euros y me llevo el coche.

Pero hete aquí que de repente hay un furgón blindado aparcado al lado de la puerta de la terminal. Brick's, trae escrito en el exterior. Brick's, como la famosa compañía que lleva el tema de los cajeros automáticos del aeropuerto. Corro hacia el furgón, y cuando llego, el copiloto me informa por una ranura de que su compañero está en los cajeros, que vaya y le informe del tema.

Y le informo, y se pone a abrir el cajero. A mi lado, con ropa vaquera y gafas de sol, un hombre con aspecto tejano que me informa en inglés de que el cajero le acaba de tragar la tarjeta. Del cartel de Hors Service, ni rastro. Al parecer, lleva tres horas discutiendo con los del banco y al final parece que le han hecho caso. ¿O ha sido por la mediación de Ibrahim de M'Hamid? Al rato, el tejano repara en que soy español, y él también lo es. ¿Estás aquí por lo del póker, no? Sí, claro, salgo todas las noches en Pokerstars, en Eurosport, no te jode.

El empleado de Brick's saca una ristra de tarjetas. La roja es la mía, le digo. Vuelvo a la oficina de Dollar, y ahora está sólo mi amigo. Hago un repaso con él de cuánto tengo que pagar, y ahora resulta que era mentira que ya había perdido los 40 euros. Que si me voy con otra compañía a Dollar no le pago nada. Me falta tiempo para darle las gracias, deseando que su jefe no le eche mucha bronca por fastidiarle el tejemaneje. Es tu derecho, no te preocupes, me dice.

Al final, me voy con Thrifty. Aunque su agente intenta cobrarme nueve días en vez de ocho, como quien no quiere la cosa, media hora después estoy jugándome la vida conduciendo un Dacia Logan blanco por las calles de Marrakech. Eso sí, al final con aire acondicionado.

martes, 1 de octubre de 2013

Día 6 - Baraka

En la entrada de hoy tendría que hablar de cómo subimos escalonados por la ladera resbaladiza del Toubkal, para evitar las piedras que iban dejando caer los demás al ayudarse de pies y manos para avanzar. O de cómo apretamos el paso al salir a la cresta y perder el abrigo contra el viento, y llegamos cinco horas después a lo más alto que se puede estar entre los Alpes y el Kilimanjaro. Pero la historia va a comenzar un poco más tarde, junto al morabito de Sidi Chamharouch, el genio a quien los bereberes otorgan la facultad de conceder baraka o buena suerte a quienes acuden a su santuario.

Toda la subida a la cima y el posterior descenso hasta el refugio los hice con un grupo de voluntarios americanos del Peace Corps, que es algo así como una organización del gobierno de EE.UU. que promueve el desarrollo en zonas pobres. A ellos nos unimos Chris y yo después de que sus compañeras decidieran no subir por problemas con la respiración y el mal de altura. Después del refugio había que continuar bajando hasta Imlil, donde ellos iban a coger un taxi para volver a Marrakech (al día siguiente tanto unos como otros tenían que trabajar) y yo planeaba dormir otra vez en el Refuge des Mouflons, con su cama enorme y su ducha de agua caliente que me iban a dejar como nuevo.

La cosa fue bien hasta que llegamos a Sidi Chamharouch, a menos de una hora ya de Imlil, donde empecé a rezagarme por problemas con el tobillo derecho. Estaba pagando el haber cargado todo el día con la mochila por miedo a dejarla en el refugio para subir a la cima, ya que se nos explicitó que lo que dejáramos allí corría bajo nuestra estricta responsabilidad. Un centro de gravedad tan alto había penalizado mi estabilidad al bajar por la ladera, y en un resbalón con las piedrecillas mi tobillo se había retorcido.

En estas circunstancias, no me quedó otra que decirles a los demás que continuasen sin mí, porque el camino no tenía pérdida y ellos perderían su taxi si iban a mi ritmo. Poco a poco seguí bajando, haciendo paradas frecuentes y recibiendo los ánimos de los muleros que volvían a casa después de la jornada de trabajo. Cuando llegué a la explanada de piedras y vi por fin Armoud, el sol ya se había escondido detrás de los montes y los reflejos rojos que se veían por encima indicaban el atardecer.

Me apresuré entonces para llegar a la base del pueblo, donde tuve la suerte de encontrar una tiendecita abierta para comprar agua. Aproveché para sentarme fuera un rato con el encargado, su hijo pequeño y su padre, para quien sorry significaba cualquier cosa desde perdón hasta gracias o por favor. Cuando el encargado me ofreció quedarme a dormir con ellos en la trastienda, rechacé su oferta al verme ya en zona habitada y a tan poca distancia de Imlil. Y cuando quiso que le comprara un frontal, me lo tomé como el enésimo intento de Marruecos de sacarme unos dirhams más.

Sin embargo, en esta ocasión era una advertencia. A lo largo del camino no había ningún tipo de iluminación, ni siquiera dentro del pueblo, y tuve que utilizar la luz de la cámara como linterna para poder ver más allá de mis pies. Lo que a la ida me había parecido una pista de hormigón perfecta, a la vuelta se había convertido en un camino lleno de piedras, y no caí en la cuenta de que en realidad había cogido un desvío erróneo hasta que me encontré junto a un cañaveral. No tenía ni idea de dónde estaba y, después de casi doce horas andando, mis piernas estaban a punto de decir basta.

Fue entonces cuando apareció unos metros más atrás la luz redonda de una linterna, y detrás de ella un hombre de mediana edad que se ofreció a guiarme hasta el camino a Imlil. Supongo que fue mi cara de estupefacción cuando me dio las indicaciones lo que le hizo cambiar de opinión. Me pidió la mochila y me dijo que, si yo quería, me guiaría hasta su casa de huéspedes de Armoud. No podía sino aceptar, y, cuando después de un camino que me pareció eterno, lo vi por fin a plena luz en el interior de la casa, caí rn la cuenta de que era pelirrojo. ¿Hay algo más improbable que un bereber pelirrojo? Supojgo que la baraka de Sidi Chamharouch.