lunes, 30 de septiembre de 2013

Día 2 - Una hora menos en Casablanca

Después de tomarse un momento para pensar, la tatuadora de henna de Djemaa el Fna escribe "1949" en la pantalla de mi teléfono móvil. Al verlo, suelto un escueto "shukran" y acelero cada vez más el paso en dirección a Derb Dabachi, estirando las zancadas entre los peatones, ciclomotores y bicicletas que coexisten milagrosamente sin percances en las callejuelas de la medina. ¿Cuántos muertos habría al día sin el claxon de las motos y la campanilla de las bicis?
Ya de vuelta en el riad, el agua de la ducha se lleva los aromas que Rahba Kedima ha dejado en mis manos y en mis antebrazos. El polvo de jazmín, de ámbar y de almizcle que el vendedor ha frotado en mi piel para darme a oler se van por el desagüe. En la plaza de Rahba Kedima se concentran boticarios que venden especias, colorantes, pasta para pinturas y toda suerte de remedios tradicionales, como los cristales de eucalipto que dan un chute de frescor cuando el vendedor los introduce en tus fosas nasales y te obliga a aspirar.
Después de vestirme a toda prisa, pongo rumbo a la parada de taxis de Moulay Rachid. Todavía no entiendo cómo he podido estar dos días con el reloj del móvil atrasado una hora. La cita es a las 19.45, y son ya las 20.23 cuando me siento en el asiento trasero del taxi. "Al Grand Café de la Poste, por favor", digo después de volver a comprobar el nombre del sitio donde hemos quedado en la Lonely Planet. Iniciamos entonces el viaje por la Avenida Mohammed V, la principal arteria del Guéliz, la ciudad nueva que los franceses construyeron junto a la medina que fue una vez capital de un imperio.
En el trayecto intento analizar lo que va a ser conducir por la ciudad. En primer lugar, hay buenas noticias. Los morros de los coches parecen ser retráctiles en Marruecos, lo que disminuye las posibilidades de accidente. De hecho, se puede ir tan pegado al vehículo de delante que ni tan siquiera se vean sus luces traseras desde el asiento del conductor. Por lo demás, no parece existir el concepto de carril, com automóviles, bicicletas, autobuses y carros de mercancías organizándose paulatinamente en función de la dirección que cada uno vaya a tomar.
En un momento determinado, se oye un grito y un golpe. Ambos vienen de la parte trasera del vehículo, y nuestro taxi vira bruscamente hacia el exterior de la calzada sin disminuir en ningún momento su velocidad. Inmediatamente, un grupo de patinadores nos adelanta por ambos flancos, y el taxista saca la cabeza por el hueco de la ventanilla. Tras vociferar algunas palabras en árabe, se gira hacia mí más calmado y se justifica. "Te pueden joder el coche", dice mientras los patinadores continúan alejándose.
Al final, llego al Grand Café de la Poste a las 20.41. Como ya sugerían los tres símbolos de dólar que acompañaban su descripción en la Lonely Planet, el sitio es de lo más chic. Ella aparece poco después con un vestido negro y blanco y una bolsa de Zara, y me disculpo por la confusión. No me queda otra que ser yo quien al final pague los 55 dirhams (algo menos de 5,5 euros) que nos cobran por una cocacola y un zumo, mientras pienso si me acaban de tomar el pelo o Marrakech es en realidad el Mónaco del Atlas.
A la vuelta, compruebo que sí había seleccionado Casablanca como huso horario en el móvil, y llego a la conclusión de que a Samsung se le ha colado que en Marruecos no se cambia la hora en verano. Caigo rendido en la cama y no me acuerdo ni de encender el ventilador.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Día 3 - Un McFlurry en el Guéliz

El hombre que me mira con sonrisa amable es el rey de Marruecos. Con su gorro fez y su chilaba diplomática, su imagen preside cada establecimiento del país, por humilde que sea, y el McDonald's de la avenida que lleva el nombre de su tocayo y abuelo no es una excepción.

En la misma pared y un poco más abajo de la fotografía, hay diez cuadros que parecen pintados por niños pequeños, producto quizá de alguna visita colegial. Los motivos cambian de unos a otros, pero el denominador común de todos ellos es el sol, redondo y amarillo, el mismo que es capaz de hacerme seguir teniendo sed después de haber bebido del tirón una botella de agua pequeña.

Sólo una mujer con niqab y una pareja de mochileros rompen con la monotonía de colores llamativos y ojos contorneados en negro. Lo de mujer es un decir, porque ya no me creo nada desde que sé que las bailarinas con velo de la plaza, las mismas que ayer se esforzaban en que saliera a bailar con ellas, son en realidad hombres travestidos.

Tengo que esperar a Siham hasta las 11, y mejor hacerlo en un sitio con wifi. Aunque por aquello del bacon no haya CBO, y la Cocacola aguada sea la misma que tomo una vez por semana cuando estoy en casa. Espero que hoy no toque otra vez paseo hasta las tantas por los jardines de la Koutoubia para terminar diciéndome sin venir a cuento que quiere llegar virgen al matrimonio porque es fiel a sus tradiciones.

Uno de los cuadros representa lo que seguramente sean el baobab y el planeta de El Principito, y pienso en si las ideas del exterior hacen realmente reflexionar a los habitantes de este país sobre sus costumbres adquiridas. O si, por el contrario, les hacen simplemente incorporar otras nuevas sin llegar a cuestionarse nunca nada. El velo negro del niqab baja para que la hamburguesa pueda comenzar a ser engullida, y debajo de él se adivina una cara con formas femeninas. En el fondo, qué más da. O como ellos dirían, safí.

PD: Mañana salgo ya de Marrakech y voy a Imlil para subir el Toubkal. Antes, tengo que comprar provisiones y conseguir un sitio para dejar las cosas hasta que vuelva a la ciudad. No sé si tendré wifi durante este tiempo, así que es posible que no actualice hasta la vuelta, que será el lunes. Que haya buen fin de semana.

martes, 24 de septiembre de 2013

Día 1 - Los encantadores de serpientes de Djemaa el Fna

Pareciera como si las aspas del ventilador que tengo en el techo de la habitación fueran a tocar las paredes a cada vuelta que dan. Es muy estrecha, y si estiro el brazo puedo tocar la pared opuesta a la de mi cama con los dedos. Pero el colchón es tan cómodo que ahora mismo no me movería ni por todo el zumo de naranja de Marrakech. Creo que este L'Amour de Riad será mi elección para el resto de noches que tenga que pasar en la ciudad, porque además el wifi va estupendamente.
A Marrakech, hay que reconocerle que intentó hacerme sentir como en casa desde el primer momento. Y es que la primera imagen que tuve al bajarme del autobús del aeropuerto fue un batallón de Alsas parados junto a la plaza Djemaa el Fna (la concesión del transporte urbano aquí es de Alsa). Entre esto y que enfrente había un Kentucky Fried Chicken, al principio parecía como si estuviera un poco en otro lugar, pero todo volvió a la normalidad cuando un conductor con el peto amarillo de Alsa colocó una esterilla en el suelo y se postró en dirección a La Meca.
A lo lejos, la parte de la plaza situada junto a la medina estaba ya en ebullición, con miles de puntos de luz y el redoble de timbales y otros instrumentos de percusión. Djemaa el Fna es el centro de gravedad de la ciudad y, como pude comprobar hoy, ya antes de caer el sol comienzan a tomar posiciones quienes van a llevar a cabo los diferentes espectáculos, que van desde músicos y cuentacuentos hasta boxeadores y quienes dicen ser encantadores de serpientes, por más que estas ni se inmuten mientras oyen el sonido de la flauta. En un puesto había un ave rapaz muy chula (no sé qué tipo), que con un poco de suerte saldrá en foto debajo.
Los puntos de luz corresponden a los diferentes puestos que también hay en la plaza, todos perfectamente numerados y cada tipo con su mobiliario estándar (que luego digan que aquí no son organizados). Los mejores son los de zumo de naranja, que está increíble y vale sólo 4 dirhams el vaso (unos 40 céntimos de euro). Los de limón y pomelo cuestan 10 dirhams cada uno, así que si alguien entiende a qué se puede deber la diferencia de precio me lo puede comentar.
Además de puestos de pastelitos (os llevaré una caja si hago hueco en la mochila) y de caracoles (importación francesa, supongo), están los puestos para cenar. Cada uno de ellos consiste en una cocina al aire libre con los ingredientes en exposición, bancos estilo Oktoberfest y una pequeña flota de conseguidores dispuestos a hacer lo que sea por que cualquiera con cara de no ser de Marrakech vaya a cenar a su puesto, aunque ya le haya repetido ocho veces que acaba de cenar o persista en ignorar los gritos desesperados del conseguidor en cuestión.
En estos casos, a mí me gusta elegir el sitio por la gracia que me haga el conseguidor, y también por lo de fiar que me parezca. A veces acierto y a veces no, pero hoy fue de las primeras. La cosa ya comenzó bien cuando a mi respuesta de "soy español" contestó con "lore, lore, macu, macu" (así, sin más). Terminó de conquistarme diciéndome que su comida era mejor que la del "Mercadona de Valencia", y ya caí rendido cuando me dijo que me daba gratis un té a la menta. Y lo mejor no es que al final me lo diera sin ningún tipo de artimaña para intentar acabar cobrándomelo, sino que también me regaló por la patilla una botella de Fanta para el camino. Para uno que es legal, se lo agradeceré volviendo algún día de los que me quedan (es el puesto 114, queda aquí apuntado por si se me olvida).
Para los amantes del plano gastronómico, la cena fue un tajine de kefta (con suerte, abajo habrá una foto), que es una mezcla de huevo frito, carne picada y una salsa especiada un pelín picante. Y para los amantes del plano pecuniario, diré que me costó 50 dirhams (menos de 5 euros) más 10 de una botella de Hawai, que es un refresco rollo tropical que tienen aquí y que por cierto deberían sacar en España.
Y nada más, el ventilador sigue girando y ahora voy a intentar pasar las fotos de la cámara al móvil. La mezquita con la que salgo es la Koutoubia, construida por los almohades para ser el símbolo de la ciudad que acababan de conquistar a los almorávides, algo que sigue siendo casi novecientos años después. Cuando los almohades conquistaron Sevilla, la usaron como modelo para el minarete que hoy es la Giralda, y la verdad es que se parecen bastante.
PD: confirmado, no pude pasar las fotos al móvil (aún). Dejo una del tajine hecha con el móvil.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Comienza el viaje

Son las 9.50 cuando me pongo las gafas de sol para comenzar a escribir esta entrada desde la estación de autobuses de Oviedo. La tranquilidad que se respiraba en el vehículo desde que iniciamos el camino en Gijón ya se ha roto mientras el sol comienza a subir, y ahora el vehículo va casi lleno. Nueve horas me separan de Marrakesh, la ciudad casi milenaria que los franceses convirtieron en uno de los centros mundiales del viaje de lujo y exotismo. Para mí, sin embargo, será sólo una parada intermedia antes de dirigirme a la cordillera del Atlas y a los valles del Dadès, el Ziz y el Draa, en los confines del desierto de Marruecos.

Tras unos días en Marrakesh, me dirigiré al pueblo bereber de Imlil, donde comienza la ascensión al Djebel Toubkal, que con 4167 metros es la montaña más alta del norte de África. Como a estas alturas aún no hay nieve, la subida es sencilla, y se puede realizar en dos días. Después, la idea es coger desde Imlil un autobús hasta Tin Mal, cuya mezquita es la única del país abierta a los no musulmanes. Para llegar al pueblo hay que subir el puerto de Tizi n'Test (2092 metros), el más precario de los dos que atraviesan el Atlas. Habrá que ponerse en manos de la prudencia de los conductores locales, ya que en fotos la subida parece bastante peligrosa.

De vuelta en Marrakesh, el viaje cambiará totalmente, y alquilaré un coche, en concreto un Dacia Logan sin aire acondicionado, ya que con él el alquiler subía unos 120 euros más. Para poder tomar rumbo al este es necesario atravesar toda la ciudad, lo que no parece fácil con el "agresivo" estilo de conducción marroquí. En esta ocasión, cruzaré el Atlas por el puerto de Tizi n'Tichka (2260 m), que al ser el principal paso tiene una calzada más ancha y mejor cuidada. Espero que mi nula experiencia conduciendo en montaña no sea mayor problema. Ya en la llanura semidesértica, la ruta continúa atravesando pueblos de barro como Aït Benhaddou, oasis como Skoura y gargantas como la del Dadès, en las que la carretera llega a realizar hasta 30 revueltas en poco más de 1 kilómetro. Al llegar a Merzouga, ya cerca de la frontera argelina, comienza el Erg Chebbi, el principal desierto de dunas de Marruecos, donde espero poder tener la oportunidad de dormir entre los tuareg, los legendarios hombres azules del desierto. Los erg se distinguen de la hamada, el otro tipo principal de desierto, que en lugar de ser de arena es pedregoso y en el que me adentraré al sobrepasar Zagora durante el viaje de vuelta. En él, la carretera continúa atravesando pueblos de barro a lo largo del curso del Draa, hasta que vuelva a tomar el mismo camino de la ida camino del Tizi n'Tichka.

PD: Parece que la aplicación de Blogger para el móvil no está tan mal.